“CrossFit® e incidencia de lesiones”

 

Como algunos trabajos de intervención han referido, este tipo de esfuerzos “extremos” podrían llegar a generar respuestas favorables a nivel energético y metabólico-endocrino para la mejora de la composición corporal, pero no sin pasar por alto el elevado índice de abandono registrado en alguno de ellos (Paine et al., 2010; Smith et al., 2013; Babiash, 2013; Eather al., 2015). Sin embargo otros factores pueden verse gravemente perjudicados por la realización indiscriminada de tales esfuerzos mediante tareas complejas que exigen gran control técnico pero que se ven seriamente afectadas por la acumulación de fatiga neuromuscular. Por ejemplo, determinados estudios han podido comprobar cómo la fatiga muscular puede afectar a la técnica correcta y segura de los levantamientos, y por tanto incrementar el riesgo lesivo de forma sustancial por la afectación de los mecanismos propioceptivos requeridos (Trafimow et al. 1993; Hooper et al. 2014). Concretamente Hooper et al. (2014) comprobaron que durante la realización de squats en sujetos experimentados y en altas condiciones de fatiga muscular, medidas mediante lactato sanguíneo y percepción de esfuerzo, se alteraba la biomecánica del ejercicio por la disminución de la flexión de la rodilla y cadera y el incremento del momento flexor del tronco, lo que presumiblemente podría incrementar el riesgo de lesión raquídea y cuestionar la eficacia del ejercicio referido para el desarrollo óptimo de la fuerza.

La realidad es que existe una preocupación creciente entre profesionales e investigadores sobre este tipo de propuestas de entrenamiento de la fuerza y su potencialidad lesiva –y no sólo a nivel músculo-esquelético- (Bergeron et al., 2011). De hecho, encontramos casos anecdóticos de reportes clínicos de lesiones traumáticas como desprendimiento de retina (Joondepth y Joondeph, 2013), rabdomiolisis (Moeckel-Cole, 2009), y disecciones de la arteria carótida cervical (Lu et al., 2015) atribuidos teóricamente a entrenamientos de CrossFit, que bien pueden ser indicios de que dichas propuestas de entrenamiento entrañan un riesgo intrínseco mayor que el de otras actividades físicas (aunque también podrían generalizarse algunas de estas conclusiones a la responsabilidad y competencia profesional).

Sin embargo, son pocos los estudios imparciales y objetivos que hayan podido conocer la verdadera afectación de este tipo de esfuerzos extremos sobre la seguridad y eficacia de los ejercicios realizados bajo este tipo de formatos, y por tanto determinar los verdaderos índices de lesión. No obstante, los primeros datos estadísticos recogidos de la literatura científica empiezan a arrojar luz y confirmar las presunciones realizadas desde algunos colectivos profesionales preocupados que opinamos que la popularización indiscriminada de estas tendencias conllevará un incremento proporcional de lesiones asociadas (Hak et al. 2013; Fisher et al., 2014; Weisenthal et al., 2014). Habitualmente los estudios epidemiológicos sobre tasas de lesión en el deporte utilizan como medida o criterio la incidencia de lesiones en relación al tiempo de entrenamiento o competición, proponiendo relativizar del número de lesiones ocurridas por cada 1000 horas de práctica. Para hacernos una idea la incidencia de lesiones varía entre 0.0017-0.0035 lesiones por cada 100 horas de entrenamiento en halterófilos jóvenes, a 1.1-7.0 lesiones por cada 1000 horas en deportistas de power-lifting, halterofilia, atletas de concursos de strongman, entrenamiento de la fuerza recreativo (no-competitivo), y entrenamiento de CrossFit (Butragueño et al., 2014).

Hak et al. (2013) trataron de determinar los índices de lesión y perfiles de los practicantes de CrossFit en un estudio descriptivo transversal elaborado a partir de cuestionarios online.  Dicho estudio pudo calcular un índice de lesiones de 3.1 por cada 1000 horas de entrenamiento. La tasa de lesiones del CrossFit fue similar a la de otros deportes como la halterofilia, power-lifting y gimnasia deportiva, y más baja que la de otros deportes de contacto competitivos como el rugby. Las lesiones del hombro (25,8%) y de la columna vertebral (20%) predominaron sobre otras articulaciones, requiriendo el 7% del total de las lesiones de intervención quirúrgica.

De forma similar, el estudio epidemiológico descriptivo de Weisenthal et al. (2014) recogió datos de una muestra de 386 participantes hombres y mujeres de CrossFit, confirmando que la tendencia en el índice de lesión fue de aproximadamente el 20%, con mayor afectación en hombres que en mujeres. El hombro y la espalda baja fueron las regiones más frecuentemente lesionadas en estos sujetos que no presentaban ningún historial previo de lesiones o molestias en tales regiones, siendo el tipo de lesiones de naturaleza aguda por sobreuso bastante livianas (inflamaciones/dolor, esguinces/torceduras). Los índices de lesión de esta actividad resultaron ser comparables también a los recogidos en deportes como la gimnasia, la halterofilia y el power-lifting de deportistas recreacionales o competitivos.

El exceso de ejercicios que obligan a la articulación del hombro a colocarse en posiciones extremas de flexión, rotación externa/interna y abducción (snatch, squat snatch, pull-ups) explica la alta prevalencia de lesiones del hombro tan habituales en los practicantes de CrossFit (Hak et al., 2013). Si además, a esto le sumamos que tales ejecuciones suelen realizarse con alto número de repeticiones y resistencias/pesos medio-altas, es fácil presuponer una técnica inadecuada que predisponga a la lesión.

Montalvo et al. (2015), en un poster presentado de un estudio epidemiológico en el Simposio de Southeast Athletic Trainer’s Association mostraron que 8 de 34 practicantes de CrossFit habían informado haber sufrido algún tipo de lesión, siendo la articulación de la rodilla la región más frecuentemente afectada, y el tipo de lesión más referido de tipo agudo sin revestir gravedad. Los autores destacaron que el número de entrenadores (ratio entrenador-alumno) desempeña un papel crucial en la prevención de lesiones, y que el riesgo lesivo en CrossFit podría estar más relacionado con aspectos relativos a la propia competición y motivación que a otros factores tradicionalmente conocidos como factores de riesgo.

Sea como fuere, el CrossFit® es un modelo de negocio bien estudiado y representado por una organización concreta; sin embargo esto no significa que exista una supervisión directa de los gimnasios o centros adscritos certificados, ya que en realidad cada centro puede desarrollarse y crecer libremente por su cuenta (Weisenthal et al., 2014). Esto puede conllevar que en ocasiones la ratio entrenador-alumno no sea la más apropiada, y que la falta de individualización sea considerada un aspecto potencialmente negativo de dicha actividad. Por tanto, es posible encontrarse con una amplia variedad en la calidad del servicio ofrecido entre distintos centros de CrossFit afiliados según la competencia de sus dueños y entrenadores (Weisenthal et al., 2014).

Por otra parte, cabe recordar que la selección del ejercicio de entrenamiento no es la única variable que constituye el estímulo de entrenamiento, sino que otros componentes como la intensidad (velocidad, carácter del esfuerzo), el volumen, la densidad y la metodología deben ser correctamente programados e individualizados para garantizar la seguridad y optimizar las adaptaciones deseadas (Heredia et al., 2014; Heredia et al, 2011). Muchas de estas variables no son programadas, adecuadamente definidas y controladas en los WODs de CrossFit (figura 3), ni tampoco atienden a las evidencias científicas actuales para el desarrollo óptimo de la fuerza (González-Badillo y Rivas, 2002; González-Badillo y Sánchez-Medina, 2010). Por ello, no sorprende que el mismo pionero del CrossFit, Greg Glassman, sostenga que “la metodología que impulsa el CrossFit es totalmente empírica, y depende de la revelación completa de los métodos, los resultados y las críticas, y que han empleado Internet (y varias intranets) para apoyar estos valores. El CrossFit es impulsado empíricamente, clínicamente probado, y desarrollado por la propia comunidad de practicantes” (http://journal.crossfit.com/2007/04/understanding-...).

 Todo este tipo de propuestas adornadas de un entorno propicio para desarrollar entrenamientos de alta intensidad, pero sin la suficiente supervisión e individualización de todas las variables condicionantes del estímulo de entrenamiento, cuestionan seriamente la seguridad y la eficacia de las mismas. Además, el tipo de entrenamientos típicamente diseñados en CrossFit orientan el estímulo hacia adaptaciones fundamentalmente metabólicas a través de altas repeticiones por serie, fallo muscular y descansos extremadamente cortos, que se alejan de las condiciones óptimas para el desarrollo de la fuerza máxima, fuerza explosiva y potencia. La ejecución de ejercicios de fuerza técnicamente tan complejos como los que habitualmente se realizan en CrossFit a alta intensidad y volumen de repeticiones puede ineludiblemente conducir a una ejecución técnica defectuosa, y ello predisponer a la lesión (Hooper et al., 2014).